GENERO Y DIVERSIDAD

NIÑOS TRANS: LA NECESIDAD DE TERMINAR CON LAS BARRERAS DEL GÉNERO BIOLÓGICO

Madres de niños, niñas y adolescentes trans que consiguieron el reconocimiento de su identidad de género autopercibida alertaron que deben terminar las divisiones rígidas por sexo en vestimenta.

El requerimiento de los familiares es «para que otros no sufran» lo que padecieron sus hijos, obligados a usar baños que no coincidían con cómo ellos se veían a sí mismos o demorados en guardias médicas porque su ropa no coincidía el DNI.

«Hoy una nena cualquiera -sea trans o no- no tiene permitido jugar a la pelota y un nene que agarra una muñeca, se la arrancan de la mano porque parece que se va a morir», consideró Gabriela Mansilla, madre de Luana, la primer niña trans en el mundo en obtener – a sus cinco años- su DNI rectificado sin que mediara un fallo judicial.

«Los juguetes, los colores, los lugares, las filas (de formación) son de todos: basta de represión, de normas (de género), porque no hay una justificación pedagógica para eso y hay personas a las que no sólo no les sirve, sino que las destruye»

«Pero los juguetes, los colores, los lugares, las filas (de formación) son de todos: basta de represión, de normas (de género), porque no hay una justificación pedagógica para eso y hay personas a las que no sólo no les sirve, sino que las destruye», agregó la también activista y autora del libro «Yo nena, yo princesa», donde cuenta su experiencia como madre de una niña trans.

Al disertar en la sede del colectivo Proyecto Fractal, en el barrio de Flores, Mansilla advirtió que «la estructura binaria (de género) desconoce que también hay mujeres con pene y hombres con vagina» y por eso «es una construcción absurda que hay que cambiar».

«Yo cuando veo a una mujer embarazada y me dice que espera un nene, yo le digo: ‘no sabés, tenés que esperar que hable y te lo diga, y cuando pase, escuchalo’. Mañana mi hija puede ser heterosexual o puede ser lesbiana, eso lo va a sentir, como sintió a los dos años que era una nena y a los cuatro me dijo ‘si vos no me decís Luana, yo no te voy a contestar'», contó.

Es que la identidad de género -o percepción subjetiva que una persona tiene sobre sí misma en cuanto a sentirse hombre o mujer, y diferente de la orientación sexual- puede desarrollarse precozmente y algunos especialistas consideran que hacia los dos años de edad los niños y las niñas ya tienen conocimiento de las categorías de género existentes en la sociedad.

Y si bien la Ley de Identidad de Género consagró el derecho de toda persona a ser reconocida según su género autopercibido y estableció que los menores de 18 años también pueden solicitar el cambio registral del nombre, foto y sexo en el DNI, la existencia de esta norma no alcanza por sí misma para asegurarles un tránsito sin discriminación en las distintas instituciones de las que participarán hasta alcanzar su vida adulta, comenzando por la propia familia.

«Durante toda la escuela primaria libramos batallas para ir a comprar ropa y tengo que reconocer con dolor que tengo fotos de un niño triste, que por complacernos cedía y allí venía la incoherencia (…) Tanto lamento mi ignorancia, qué fácil hubiera sido haberlo entendido desde entonces, cuántas lágrimas te hubiera evitado hijo mío», testimonió Liliana, la madre de un joven trans puntano para la Guía de Salud Trans del colectivo Capicúa.

Desde Bariloche, la madre de una adolescente trans de 16 años recordó que los problemas de marginación social comenzaron para Camila en la primaria, a partir de la estricta separación entre chicas y chicos a la hora de jugar, a partir de una determinada edad.

«Mi hija siempre jugó con las nenas y mientras era chiquita no hubo problema, pero cuando fue creciendo la diferencia la empezaron a hacer los propios compañeros porque las nenas ya no la incluían por no considerarla una de ellas y los varones tampoco», contó a Télam.

«De parte de la escuela no sufrió discriminación, pero después supe que había dejado de ir al baño por no ir al de varones, y se estaba exponiendo a infecciones urinarias por aguantarse», explicó, por lo que «estaría bueno que hubiera baños que incluyeran a todos; por ahí no uno único, pero quizás sí tres, como en Alemania».

La mujer consideró que «es social y cultural el cambio que hace falta y el binarismo una cosa que puede llevar mucho tiempo revertirla».

Gabriela Mansilla recuerda con mucho dolor sobre todo la violencia institucional sufrida por ella y Luana dentro del sistema de salud, como por ejemplo aquella psicóloga que le decía que «no importa lo que sufra, lo que llore, vos le tenés que decir que es un nene y no dejarlo que ponga polleras»; o como aquel médico de guardia que no le quería suturar el mentón abierto porque «tenía las uñitas pintadas y una remerita de Barbie cuando el documento decía que era varón».

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